miércoles, 25 de diciembre de 2013

Las tapas de alcantarillado y el arte



Una de las mayores ventajas de vivir en Europa es la costumbre de ir caminando a todos sitios. El corazón de la ciudad de Plasencia es su Plaza Mayor, allí ocurren desde un antiquísimo mercado hasta los encuentros más efímeros. La gente queda para tomar un café en la Plaza Mayor, aunque después deba recorrer otras calles para llegar al sitio que tenían pensado. Allí corren los niños y vigilan sus carreras padres y abuelos, sentados en los bancos o en las mesas de los bares que la rodean. Es una plaza con encanto, pese a que sus edificios no deslumbran en grandeza.

Mucha gente va de paso por la Plaza Mayor, por una u otra causa, por eso es que cuando hay algo distinto en ese lugar inmediatamente se dan cuenta. Un auto que no debía estar, una venta inesperada, unos músicos despistados... cualquier cosa que se salga de la rutina llama la atención, sin embargo, como también es el centro de todo, la gente no se asombra sino que ve con curiosidad cualquier acontecimiento.

Por eso es que hace pocos días, cuando la artista Vivian Asapche visitó Plasencia y en plena Plaza Mayor se hincó de rodillas sobre una tapa de alcantarilla para imprimir su forma, inmediatamente llamó la atención de los que por allí pasaban, pero nadie se detuvo a preguntar, sólo veían curiosos aquella especie de performance sobre las piedras de la ciudad.

Vivian Asapche copió rápida y meticulosamente las formas de las tapas de metal cargadas de información: “agua potable”, “Saneamiento Plasencia 1933”, escudos, círculos y retículas. Vino desde París cargada con sus papeles y tintas especiales y una vez impresas las tapas recorrió la ciudad mientras aquella tinta se secaba en sus láminas.

La artista regresó a su casa cargada de imágenes y con sus impresiones en el bolso. Suponemos que en París, y en algún momento, esas imágenes quedarán sobre un lienzo en esa mágica comunión de vida y expresión que es el arte y del que Vivian es una excelente representante.

Tomada de la página web http://vivianasapche.com

Tomada de la página web http://vivianasapche.com




lunes, 9 de diciembre de 2013

El pesebre de Santo Domingo

Huerto en el nacimiento de Santo Domingo
Vivir en estos países de cuatro estaciones hace que la vida tenga un marcado ritmo cíclico. Las cosas se suceden una y otra vez, y siento que eso da seguridad a la gente porque hace que se afiancen nuestros sentimientos de pertenencia. Una de las tradiciones que intento mantener cada año, por esta época, es el recorrido de los pesebres de la ciudad. Los pesebres tienen algo mágico, es eso de recrear en miniatura la vida de un lugar y de un momento. Este año ya cumplí con el de la Unión de Cofradías en la iglesia de Santo Domingo, en Plasencia, un pesebre magnífico por su tamaño, pero también cargado de una inocencia encantadora.

El nacimiento es enorme, tengo entendido que unos 60 metros cuadrados, que dan para recrear mucho, la vida en Egipto, con su enorme templo y una hermosa barca que cruza el Nilo. Hay mucha gente de la vida común, poblados y tradiciones, como la matanza y las ventas de verduras. Hay ranas en los ríos, serpientes en el desierto y hasta una ardilla despistada intentando subir a una palmera, hay atados de leña, y un hermoso huerto con brócolis reales, coliflores en miniatura y puntas de espárragos asomando de la tierra. Hay piedras y pasto, matorrales y pastores, camellos, gallinas y hasta un enorme cocodrilo de plástico aguardando algún despistado a la orilla del río. Por supuesto, los pasajes obligados de la Biblia ocupan su lugar entre tanta vida, la anunciación, el nacimiento del Niño Jesús y los Reyes Magos.

Trabajar en la preparación de este pesebre debe ser algo agotador, pero debe ser al mismo tiempo algo divertido, algo como para volver a ser niño. Eso de extender la tierra del desierto, colocar los animales, esconder las plantas entre las piedras hechas de corcho, poner sandías de chicle en un huerto en miniatura me atrae y me divierte enormemente. Todo, supongo que tiene un aire de juego que hace que estos belenistas estén todo el año pensando en el momento en que pueden volver a ser niños, como volvemos a ser niños nosotros cuando vamos recorriendo lentamente todo el perímetro del pesebre. Los niños disfrutan, sí, se ve, pero creo que disfrutan más los padres y los abuelos viendo una y otra vez la vida en miniatura. Y es que es época navideña y dan ganas de ponerse a jugar.