Es
cierto que cuando pasa el tiempo y vives en un mismo sitio, todo lo que te
asombró o conmovió cuando lo viste por primera vez, comienza a hacerse parte de
tu vida y aunque no pierde el encanto, quizás ya no logra emocionarte tanto.
Una de las cosas que siempre me he propuesto, a veces no lo logro, por supuesto,
es no perder mi capacidad de asombro. Fue una de las razones por las que comencé
este blog.
Hace
pocos días me vino a la mente las primeras curiosidades que encontré en la
ciudad donde vivo actualmente, Plasencia, y hoy he querido reunirlas todas en
un ejercicio de memoria, no sólo para ustedes, sino para mí también.
La casa de las dos torres sólo tiene una
La casa de las dos torres sólo tiene una
La Casa de las dos Torres al fondo, puede verse claramente que sólo tiene una torre |
Cuentan que a raíz
de aquel Terremoto de Lisboa de 1755, en la torre apareció una enorme grieta,
por lo que muchos dieron por perdida la estructura, sin embargo ahí se mantuvo
firme varios años más, hasta que algún experto decidió que era hora de tirarla
al suelo, y así lo hicieron. Aunque dicen que los que trabajaron en eso dijeron
que aquello no lo hubiera tumbado ni otro terremoto. La casa se quedó con una
torre y es hermosa, y paso obligado de los turistas, y todo el mundo sigue
llamándola “la casa de las dos torres”.
Ah, lo
más importante que ocurrió en esa casa –aunque la Historia afirme que fue el
nacimiento de María la Brava- fue que allí logró Fray Bartolomé de las Casas
que el Rey Fernando de Aragón aceptara por fin el hecho de que los indios “tienen
alma”.
Mira las fotos
Mira las fotos
Santo Domingo no se llama así
Las primeras veces que fui a visitar El
Parador recorrí media Plasencia para ir a un sitio, que por otra ruta hubiera llegado
en apenas 15 minutos. Sí, me perdía, me perdía mucho, y como no conocía a nadie
preguntaba todo el tiempo dónde quedaba el Parador. Y algunos me respondían: “en
Santo Domingo”. Es decir, al lado del Palacio de Mirabel y en el antiguo
convento de San Vicente Ferrer.
A mediados del siglo XV, la familia Zúñiga,
dueños del Palacio de Mirabel, tenían un hijo que estaba enfermo y encomendaron
a San Vicente Ferrer su curación, a cambio construirían en su honor el convento
más grande que pudieran. El niño sanó y la construcción se llevó a cabo sobre
los antiguos terrenos de la judería placentina. El convento recibe el nombre
del santo, y a él van a residir monjes de la Orden de los Dominicos. De allí
que se empezara a llamar Santo Domingo, nombre que aún hoy se utiliza, aunque
su nombre oficial es Convento de San Vicente Ferrer.
Y ahora luce allí el Parador, enorme y
hermoso, con sus túneles y sus fantasmas. Y al lado, la iglesia que sirve para
acoger los pasos de la Semana Santa placentina. Una iglesia en cuya fachada, hacia
los lados del altar, se pueden ver dos pequeñas puertas, las que utilizaba Leonor
de Pimentel para pasar de su palacio a la iglesia que ella misma había mandado
a construir.