viernes, 20 de agosto de 2010

Lleno total en Torre Lucía


La cita era a las diez de la noche, pero a las nueve ya había gente esperando a que abrieran la puerta del hermoso patio al que circunda la muralla de Plasencia con las dos torres, la de Lucía y la del Homenaje. Se llenaron todas las sillas, los bancos, los rincones y los bordillos de los jardines con gente de todas las edades. Aquello daba gusto. Pude sentarme y justo a mi lado se sentó una hermosa señora mayor, pelo cano corto, collar de perlas que cubría el cuello redondo de su blusa, falda veraniega sobre la rodilla, sus piernas juntas y un pequeño bolsito sobre el regazo.

Comenzó a tocar el primer grupo, Mansaborá Folk, y después de subsanar varios problemas de sonido la gente empezó a disfrutar en grande con aquellas canciones de abuelas, madres o de ellos mismos. La señora a mi lado, sola –su caballeroso esposo había encontrado esa única silla y él escuchaba desde atrás- demostraba su disfrute con la música. Llegamos así a una canción totalmente desconocida para mí, con mandolinas, guitarras, sonido celtas, vettones, judíos, castellanos antiguos, no sé, y ella se volvió emocionada hacia mí y me dijo: “esa canción me la cantaba mi madre, figúrese”. Lo mejor la letra de la canción: un capitán cacereño tiene siete hijas, todas niñas, ningún varón, la más pequeña cuando crece y para honrar al padre decide irse a la guerra vestida de soldado, para ello se corta el pelo y se traviste en hombre. El hijo del rey se enamora de sus ojos y esto genera el conflicto interno que llega a compartir con su madre. Al final un coro bellísimo, lleno de repiques, sonidos de maderas, habla de puertas de par en par y triunfos en batallas.

La señora cantó esa y todas las canciones que siguieron, yo continuaba disfrutando del ambiente y de las estupendas escenas de estos acontecimientos públicos.

Seguimos un rato, hasta que mi hijo, como otros muchos hijos menores, comenzaron a sufrir los embates de la noche, que estaba hermosa, clara, estrellada, con una brisa que movía las telas medievales que decoraban los mástiles de la muralla haciéndolos bailar. Así mi hijo, como muchos otros hizo que algunos padres buscáramos la salida, tuve suerte y sus tíos pudieron encargarse del niño, y yo me quedé un rato en la parte de atrás del recinto, con el escenario a lo lejos, en la barra sirviéndose tintos de verano y cervezas.

Un festival que no sólo sirve para que el nombre de Plasencia se oiga en muchos sitios, para escuchar buena música en las calles y en las plazas, sino también para que los amigos y conocidos se reencuentren, se saluden y se acompañen con fondos de canciones que vienen de esta tierra, pero de otros tiempos.

Hoy, la segunda noche del Festival Folk de Plasencia 2010.

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