Huerto en el nacimiento de Santo Domingo |
Vivir en estos
países de cuatro estaciones hace que la vida tenga un marcado ritmo cíclico. Las
cosas se suceden una y otra vez, y siento que eso da seguridad a la gente porque
hace que se afiancen nuestros sentimientos de pertenencia. Una de las
tradiciones que intento mantener cada año, por esta época, es el recorrido de
los pesebres de la ciudad. Los pesebres tienen algo mágico, es eso de recrear
en miniatura la vida de un lugar y de un momento. Este año ya cumplí con el de
la Unión de Cofradías en la iglesia de Santo Domingo, en Plasencia, un pesebre magnífico por
su tamaño, pero también cargado de una inocencia encantadora.
El nacimiento es
enorme, tengo entendido que unos 60 metros cuadrados, que dan para recrear
mucho, la vida en Egipto, con su enorme templo y una hermosa barca que cruza el
Nilo. Hay mucha gente de la vida común, poblados y tradiciones, como la matanza
y las ventas de verduras. Hay ranas en los ríos, serpientes en el desierto y
hasta una ardilla despistada intentando subir a una palmera, hay atados de
leña, y un hermoso huerto con brócolis reales, coliflores en miniatura y puntas
de espárragos asomando de la tierra. Hay piedras y pasto, matorrales y
pastores, camellos, gallinas y hasta un enorme cocodrilo de plástico aguardando
algún despistado a la orilla del río. Por supuesto, los pasajes obligados de
la Biblia ocupan su lugar entre tanta vida, la anunciación, el nacimiento del
Niño Jesús y los Reyes Magos.
Trabajar en la
preparación de este pesebre debe ser algo agotador, pero debe ser al mismo
tiempo algo divertido, algo como para volver a ser niño. Eso de extender la
tierra del desierto, colocar los animales, esconder las plantas entre las
piedras hechas de corcho, poner sandías de chicle en un huerto en miniatura me
atrae y me divierte enormemente. Todo, supongo que tiene un aire de juego que
hace que estos belenistas estén todo el año pensando en el momento en que
pueden volver a ser niños, como volvemos a ser niños nosotros cuando vamos
recorriendo lentamente todo el perímetro del pesebre. Los niños disfrutan, sí,
se ve, pero creo que disfrutan más los padres y los abuelos viendo una y otra
vez la vida en miniatura. Y es que es época navideña y dan ganas de ponerse a
jugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario