Vista del río Tajo, desde la torre del castillo de Monfragüe. |
Plasencia tiene un patio
excepcional, es el Parque Nacional Monfragüe, más de 17.000 hectáreas
entre esta ciudad, Navalmoral de la Mata y Trujillo. En Monfragüe se unen dos
ríos, el Tiétar desemboca en el Tajo, uno de aguas oscuras, el otro de aguas
verdosas. Los recorridos de sus aguas han tallado en las piedras grandes
farallones, unas piedras enormes como montañas donde anidan los buitres
leonados, halcones, águilas, búhos y cigüeñas.
Por esos caminos de postales nos
adentramos un sábado junto a nuestros amigos para ir de pesca y bañarnos.
Acampamos – sacamos dos sillas, dos cavas, protector solar y cañas de pescar- a
la orilla del río Tiétar, más allá de la presa de Torrejón el Rubio, donde el
río es manso y extendido. Allí nos bañamos y disfrutamos de toda la tarde,
estas tardes larguísimas de verano que terminan después de las diez de la
noche.
Luego de varios baños y varios
peces medidos y devueltos al río, algunos de los campistas, entre ellos yo, fuimos
a ver los nidos de las aves. A la orilla del Tiétar se quedaron A y un par de persistentes
pescadores. En un momento de calor, A ofreció un poco de agua a los otros dos,
sacó de la cava una botella y dejó la tapa abierta mientras se acercaba a la
orilla -¡gran error, señores!- rápidamente saltó un zorro del monte y atrapó de
un solo mordisco un estupendo pastel de puerros que con mucho esmero había
preparado esa mañana. A protestó, le tiró agua encima, pero el animal no soltó
su maravillosa cena, la engulló allí mismo y se fue saltando entre las matas
enseñando su magnífica cola a los tres boquiabiertos hombres. Cuando volvimos,
después de ver los buitres, lagartijas, plantas y cigüeñas, nos encontramos que
la cena de esa noche había menguado sustancialmente.
Casi al terminar el día de
pesca, AM sintió que su caña se doblaba más de lo normal y entonces imaginó que
pescaba la trucha más grande del río o que un tiburón se había equivocado de
aguas; ganó en la lucha y lo que sacó fue una tortuga bastante grande y pesada
que quiso morderlo desde el principio. Luego le pusieron nombre y la dejaron en
la orilla, para asombro de la propia tortuga que corrió de nuevo al agua.
Lo más hermoso fue el final, en el
camino de regreso, al atardecer, cansados de tanta agua y paseo, cuando vimos,
sin exagerar, una docena de ciervos en distintas versiones: parados en
contraluz en lo alto de la montaña, bebiendo del río, pastando a un lado de la
carretera, quietos, con los ojos fijos en nosotros, y lo más bonito, cuando
cruzaron en manada justo delante de nuestro carro de un lado a otro de la
carretera. El espectáculo era tan bello y sorprendente que, por supuesto, nadie
sacó la cámara.
De noche llegamos a Villareal de
San Carlos, un poblado en medio del parque donde nos acomodamos en un merendero
y sacamos todo lo que la tarde y el zorro había dejado en las cavas y bolsas.
Allí cenamos con una luna creciente y el ruido de cientos de animales que salía
del bosque. Eran las doce de la noche cuando nos vinimos a casa, con la promesa
de visitar Monfragüe en todas las estaciones, pues debe ser especial en cada
una de ellas, y además tenemos que subir al castillo, al que no fuimos pues es
verano y el calor en las piedras agobia. Se trata de un antiguo castillo del
siglo XII, que perteneció primero a la Orden de Monsfrag, la que luego se unió
a la Orden del Temple, y bajo el castillo, en unas cuevas, hay pinturas
rupestres de la Edad de Bronce, y entre los bosques antiguos molinos de agua y
ruinas romanas. Desde lo alto del castillo se puede ver la enormidad del
parque, bosque, ríos, matorrales y los farallones de vértigo que dan posiblemente
origen al nombre de este precioso parque, mons
fragosus, monte escarpado, Monfragüe.
Un buitre leonado sobrevuela Monfragüe |
1 comentario:
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