domingo, 5 de enero de 2014

Por fin, Monfragüe

Esta crónica la escribí la primera vez que fui al Parque Nacional de Monfragüe, en julio de 2008. Hoy, por casualidad releí el texto y veo que el maravilloso parque al que me refiero sigue causando en mí la misma emoción que la primera vez. Tengo la suerte de ir con frecuencia y en las distintas estaciones del año, pero hoy quiero compartir con ustedes aquella primera aventura.


Vista del río Tajo, desde la torre del castillo de Monfragüe.


Plasencia tiene un patio excepcional, es el Parque Nacional Monfragüe, más de 17.000 hectáreas entre esta ciudad, Navalmoral de la Mata y Trujillo. En Monfragüe se unen dos ríos, el Tiétar desemboca en el Tajo, uno de aguas oscuras, el otro de aguas verdosas. Los recorridos de sus aguas han tallado en las piedras grandes farallones, unas piedras enormes como montañas donde anidan los buitres leonados, halcones, águilas, búhos y cigüeñas.

Por esos caminos de postales nos adentramos un sábado junto a nuestros amigos para ir de pesca y bañarnos. Acampamos – sacamos dos sillas, dos cavas, protector solar y cañas de pescar- a la orilla del río Tiétar, más allá de la presa de Torrejón el Rubio, donde el río es manso y extendido. Allí nos bañamos y disfrutamos de toda la tarde, estas tardes larguísimas de verano que terminan después de las diez de la noche.

Luego de varios baños y varios peces medidos y devueltos al río, algunos de los campistas, entre ellos yo, fuimos a ver los nidos de las aves. A la orilla del Tiétar se quedaron A y un par de persistentes pescadores. En un momento de calor, A ofreció un poco de agua a los otros dos, sacó de la cava una botella y dejó la tapa abierta mientras se acercaba a la orilla -¡gran error, señores!- rápidamente saltó un zorro del monte y atrapó de un solo mordisco un estupendo pastel de puerros que con mucho esmero había preparado esa mañana. A protestó, le tiró agua encima, pero el animal no soltó su maravillosa cena, la engulló allí mismo y se fue saltando entre las matas enseñando su magnífica cola a los tres boquiabiertos hombres. Cuando volvimos, después de ver los buitres, lagartijas, plantas y cigüeñas, nos encontramos que la cena de esa noche había menguado sustancialmente. 

Casi al terminar el día de pesca, AM sintió que su caña se doblaba más de lo normal y entonces imaginó que pescaba la trucha más grande del río o que un tiburón se había equivocado de aguas; ganó en la lucha y lo que sacó fue una tortuga bastante grande y pesada que quiso morderlo desde el principio. Luego le pusieron nombre y la dejaron en la orilla, para asombro de la propia tortuga que corrió de nuevo al agua.

Lo más hermoso fue el final, en el camino de regreso, al atardecer, cansados de tanta agua y paseo, cuando vimos, sin exagerar, una docena de ciervos en distintas versiones: parados en contraluz en lo alto de la montaña, bebiendo del río, pastando a un lado de la carretera, quietos, con los ojos fijos en nosotros, y lo más bonito, cuando cruzaron en manada justo delante de nuestro carro de un lado a otro de la carretera. El espectáculo era tan bello y sorprendente que, por supuesto, nadie sacó la cámara.

De noche llegamos a Villareal de San Carlos, un poblado en medio del parque donde nos acomodamos en un merendero y sacamos todo lo que la tarde y el zorro había dejado en las cavas y bolsas. Allí cenamos con una luna creciente y el ruido de cientos de animales que salía del bosque. Eran las doce de la noche cuando nos vinimos a casa, con la promesa de visitar Monfragüe en todas las estaciones, pues debe ser especial en cada una de ellas, y además tenemos que subir al castillo, al que no fuimos pues es verano y el calor en las piedras agobia. Se trata de un antiguo castillo del siglo XII, que perteneció primero a la Orden de Monsfrag, la que luego se unió a la Orden del Temple, y bajo el castillo, en unas cuevas, hay pinturas rupestres de la Edad de Bronce, y entre los bosques antiguos molinos de agua y ruinas romanas. Desde lo alto del castillo se puede ver la enormidad del parque, bosque, ríos, matorrales y los farallones de vértigo que dan posiblemente origen al nombre de este precioso parque, mons fragosus, monte escarpado, Monfragüe.
Un buitre leonado sobrevuela Monfragüe




1 comentario:

Unknown dijo...

Lo realmente importante de la vida no es su duración sino su contenido… o al menos eso dicen, tu blog me ha aportado contenido lo que es importante ya que eso es lo que buscamos a la hora de seguir un nuevo blog.

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