martes, 14 de enero de 2014

En Plasencia, la calle Ancha, ¿ancha?

La calle Ancha recorre el interior de la muralla de Plasencia, desde la Puerta de Coria hasta la Puerta de Trujillo, y aunque su nombre diga lo contrario es una calle muy estrecha, a donde llegan otras aún más estrechas. Es una calle con muchas historias, ¡y las que se tienen que haber perdido!

En la calle Ancha hay una casa que llamaban “de las brujas” porque allí se reunían unas señoras especialistas en echar las cartas, las pobres no salieron bien paradas, como muchos de sus colegas de profesión, y parece ser que la inquisición dio cuenta de ellas.

De esta calle también son las vecinas que lograron para Plasencia el título de "la muy benéfica”. Resulta que una vez acabada la guerra de Cuba, a finales del siglo XIX, varios trenes cargados de excombatientes pasaron por esta ciudad. Las vecinas de la calle Ancha al enterarse de que aquellos hombres venían enfermos y hambrientos decidieron tomar cartas en el asunto. Supieron organizarse adecuadamente, algunas pedían ayuda a las familias de la ciudad, otras hicieron vendas incluso con sus sábanas, recogieron comida y bebidas y se prepararon para ayudar a los soldados que pasaran por aquí. Y así lo hicieron y así trascendió.

Esta hermosa hazaña se fue conociendo por toda España y es por eso que la reina regente María Cristina otorga en 1901 el título de “la muy benéfica” a la ciudad de Plasencia.

En la calle Ancha podemos ver también una placa que identifica la casa donde vivió Isabel Pérez (La Cabrera) a la que algunos identificaban como la líder de todo este movimiento vecinal.
La calle Ancha, muy cerca de la Ermita de la Salud en la Puerta de Trujillo




























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domingo, 5 de enero de 2014

Por fin, Monfragüe

Esta crónica la escribí la primera vez que fui al Parque Nacional de Monfragüe, en julio de 2008. Hoy, por casualidad releí el texto y veo que el maravilloso parque al que me refiero sigue causando en mí la misma emoción que la primera vez. Tengo la suerte de ir con frecuencia y en las distintas estaciones del año, pero hoy quiero compartir con ustedes aquella primera aventura.


Vista del río Tajo, desde la torre del castillo de Monfragüe.


Plasencia tiene un patio excepcional, es el Parque Nacional Monfragüe, más de 17.000 hectáreas entre esta ciudad, Navalmoral de la Mata y Trujillo. En Monfragüe se unen dos ríos, el Tiétar desemboca en el Tajo, uno de aguas oscuras, el otro de aguas verdosas. Los recorridos de sus aguas han tallado en las piedras grandes farallones, unas piedras enormes como montañas donde anidan los buitres leonados, halcones, águilas, búhos y cigüeñas.

Por esos caminos de postales nos adentramos un sábado junto a nuestros amigos para ir de pesca y bañarnos. Acampamos – sacamos dos sillas, dos cavas, protector solar y cañas de pescar- a la orilla del río Tiétar, más allá de la presa de Torrejón el Rubio, donde el río es manso y extendido. Allí nos bañamos y disfrutamos de toda la tarde, estas tardes larguísimas de verano que terminan después de las diez de la noche.

Luego de varios baños y varios peces medidos y devueltos al río, algunos de los campistas, entre ellos yo, fuimos a ver los nidos de las aves. A la orilla del Tiétar se quedaron A y un par de persistentes pescadores. En un momento de calor, A ofreció un poco de agua a los otros dos, sacó de la cava una botella y dejó la tapa abierta mientras se acercaba a la orilla -¡gran error, señores!- rápidamente saltó un zorro del monte y atrapó de un solo mordisco un estupendo pastel de puerros que con mucho esmero había preparado esa mañana. A protestó, le tiró agua encima, pero el animal no soltó su maravillosa cena, la engulló allí mismo y se fue saltando entre las matas enseñando su magnífica cola a los tres boquiabiertos hombres. Cuando volvimos, después de ver los buitres, lagartijas, plantas y cigüeñas, nos encontramos que la cena de esa noche había menguado sustancialmente. 

Casi al terminar el día de pesca, AM sintió que su caña se doblaba más de lo normal y entonces imaginó que pescaba la trucha más grande del río o que un tiburón se había equivocado de aguas; ganó en la lucha y lo que sacó fue una tortuga bastante grande y pesada que quiso morderlo desde el principio. Luego le pusieron nombre y la dejaron en la orilla, para asombro de la propia tortuga que corrió de nuevo al agua.

Lo más hermoso fue el final, en el camino de regreso, al atardecer, cansados de tanta agua y paseo, cuando vimos, sin exagerar, una docena de ciervos en distintas versiones: parados en contraluz en lo alto de la montaña, bebiendo del río, pastando a un lado de la carretera, quietos, con los ojos fijos en nosotros, y lo más bonito, cuando cruzaron en manada justo delante de nuestro carro de un lado a otro de la carretera. El espectáculo era tan bello y sorprendente que, por supuesto, nadie sacó la cámara.

De noche llegamos a Villareal de San Carlos, un poblado en medio del parque donde nos acomodamos en un merendero y sacamos todo lo que la tarde y el zorro había dejado en las cavas y bolsas. Allí cenamos con una luna creciente y el ruido de cientos de animales que salía del bosque. Eran las doce de la noche cuando nos vinimos a casa, con la promesa de visitar Monfragüe en todas las estaciones, pues debe ser especial en cada una de ellas, y además tenemos que subir al castillo, al que no fuimos pues es verano y el calor en las piedras agobia. Se trata de un antiguo castillo del siglo XII, que perteneció primero a la Orden de Monsfrag, la que luego se unió a la Orden del Temple, y bajo el castillo, en unas cuevas, hay pinturas rupestres de la Edad de Bronce, y entre los bosques antiguos molinos de agua y ruinas romanas. Desde lo alto del castillo se puede ver la enormidad del parque, bosque, ríos, matorrales y los farallones de vértigo que dan posiblemente origen al nombre de este precioso parque, mons fragosus, monte escarpado, Monfragüe.
Un buitre leonado sobrevuela Monfragüe




miércoles, 25 de diciembre de 2013

Las tapas de alcantarillado y el arte



Una de las mayores ventajas de vivir en Europa es la costumbre de ir caminando a todos sitios. El corazón de la ciudad de Plasencia es su Plaza Mayor, allí ocurren desde un antiquísimo mercado hasta los encuentros más efímeros. La gente queda para tomar un café en la Plaza Mayor, aunque después deba recorrer otras calles para llegar al sitio que tenían pensado. Allí corren los niños y vigilan sus carreras padres y abuelos, sentados en los bancos o en las mesas de los bares que la rodean. Es una plaza con encanto, pese a que sus edificios no deslumbran en grandeza.

Mucha gente va de paso por la Plaza Mayor, por una u otra causa, por eso es que cuando hay algo distinto en ese lugar inmediatamente se dan cuenta. Un auto que no debía estar, una venta inesperada, unos músicos despistados... cualquier cosa que se salga de la rutina llama la atención, sin embargo, como también es el centro de todo, la gente no se asombra sino que ve con curiosidad cualquier acontecimiento.

Por eso es que hace pocos días, cuando la artista Vivian Asapche visitó Plasencia y en plena Plaza Mayor se hincó de rodillas sobre una tapa de alcantarilla para imprimir su forma, inmediatamente llamó la atención de los que por allí pasaban, pero nadie se detuvo a preguntar, sólo veían curiosos aquella especie de performance sobre las piedras de la ciudad.

Vivian Asapche copió rápida y meticulosamente las formas de las tapas de metal cargadas de información: “agua potable”, “Saneamiento Plasencia 1933”, escudos, círculos y retículas. Vino desde París cargada con sus papeles y tintas especiales y una vez impresas las tapas recorrió la ciudad mientras aquella tinta se secaba en sus láminas.

La artista regresó a su casa cargada de imágenes y con sus impresiones en el bolso. Suponemos que en París, y en algún momento, esas imágenes quedarán sobre un lienzo en esa mágica comunión de vida y expresión que es el arte y del que Vivian es una excelente representante.

Tomada de la página web http://vivianasapche.com

Tomada de la página web http://vivianasapche.com




lunes, 9 de diciembre de 2013

El pesebre de Santo Domingo

Huerto en el nacimiento de Santo Domingo
Vivir en estos países de cuatro estaciones hace que la vida tenga un marcado ritmo cíclico. Las cosas se suceden una y otra vez, y siento que eso da seguridad a la gente porque hace que se afiancen nuestros sentimientos de pertenencia. Una de las tradiciones que intento mantener cada año, por esta época, es el recorrido de los pesebres de la ciudad. Los pesebres tienen algo mágico, es eso de recrear en miniatura la vida de un lugar y de un momento. Este año ya cumplí con el de la Unión de Cofradías en la iglesia de Santo Domingo, en Plasencia, un pesebre magnífico por su tamaño, pero también cargado de una inocencia encantadora.

El nacimiento es enorme, tengo entendido que unos 60 metros cuadrados, que dan para recrear mucho, la vida en Egipto, con su enorme templo y una hermosa barca que cruza el Nilo. Hay mucha gente de la vida común, poblados y tradiciones, como la matanza y las ventas de verduras. Hay ranas en los ríos, serpientes en el desierto y hasta una ardilla despistada intentando subir a una palmera, hay atados de leña, y un hermoso huerto con brócolis reales, coliflores en miniatura y puntas de espárragos asomando de la tierra. Hay piedras y pasto, matorrales y pastores, camellos, gallinas y hasta un enorme cocodrilo de plástico aguardando algún despistado a la orilla del río. Por supuesto, los pasajes obligados de la Biblia ocupan su lugar entre tanta vida, la anunciación, el nacimiento del Niño Jesús y los Reyes Magos.

Trabajar en la preparación de este pesebre debe ser algo agotador, pero debe ser al mismo tiempo algo divertido, algo como para volver a ser niño. Eso de extender la tierra del desierto, colocar los animales, esconder las plantas entre las piedras hechas de corcho, poner sandías de chicle en un huerto en miniatura me atrae y me divierte enormemente. Todo, supongo que tiene un aire de juego que hace que estos belenistas estén todo el año pensando en el momento en que pueden volver a ser niños, como volvemos a ser niños nosotros cuando vamos recorriendo lentamente todo el perímetro del pesebre. Los niños disfrutan, sí, se ve, pero creo que disfrutan más los padres y los abuelos viendo una y otra vez la vida en miniatura. Y es que es época navideña y dan ganas de ponerse a jugar.



martes, 19 de noviembre de 2013

Curiosidades de la ciudad donde vivo

Es cierto que cuando pasa el tiempo y vives en un mismo sitio, todo lo que te asombró o conmovió cuando lo viste por primera vez, comienza a hacerse parte de tu vida y aunque no pierde el encanto, quizás ya no logra emocionarte tanto. Una de las cosas que siempre me he propuesto, a veces no lo logro, por supuesto, es no perder mi capacidad de asombro. Fue una de las razones por las que comencé este blog.

Hace pocos días me vino a la mente las primeras curiosidades que encontré en la ciudad donde vivo actualmente, Plasencia, y hoy he querido reunirlas todas en un ejercicio de memoria, no sólo para ustedes, sino para mí también.

La casa de las dos torres sólo tiene una

La Casa de las dos Torres al fondo, puede verse claramente que sólo tiene una torre
Se trata de la casa palacio más antigua de la ciudad. La mandó a construir el Abad de Santander, Pérez de Monroy, de allí que su nombre sea Palacio de Monroy. De su fachada original, del siglo XIV, se conservan apenas su portada con dos leones bastante chatos y una de sus hermosas torres, porque la otra, lamentablemente, no existe. 

Cuentan que a raíz de aquel Terremoto de Lisboa de 1755, en la torre apareció una enorme grieta, por lo que muchos dieron por perdida la estructura, sin embargo ahí se mantuvo firme varios años más, hasta que algún experto decidió que era hora de tirarla al suelo, y así lo hicieron. Aunque dicen que los que trabajaron en eso dijeron que aquello no lo hubiera tumbado ni otro terremoto. La casa se quedó con una torre y es hermosa, y paso obligado de los turistas, y todo el mundo sigue llamándola “la casa de las dos torres”.

Ah, lo más importante que ocurrió en esa casa –aunque la Historia afirme que fue el nacimiento de María la Brava- fue que allí logró Fray Bartolomé de las Casas que el Rey Fernando de Aragón aceptara por fin el hecho de que los indios “tienen alma”.

Mira las fotos 

Santo Domingo no se llama así

Las primeras veces que fui a visitar El Parador recorrí media Plasencia para ir a un sitio, que por otra ruta hubiera llegado en apenas 15 minutos. Sí, me perdía, me perdía mucho, y como no conocía a nadie preguntaba todo el tiempo dónde quedaba el Parador. Y algunos me respondían: “en Santo Domingo”. Es decir, al lado del Palacio de Mirabel y en el antiguo convento de San Vicente Ferrer.

A mediados del siglo XV, la familia Zúñiga, dueños del Palacio de Mirabel, tenían un hijo que estaba enfermo y encomendaron a San Vicente Ferrer su curación, a cambio construirían en su honor el convento más grande que pudieran. El niño sanó y la construcción se llevó a cabo sobre los antiguos terrenos de la judería placentina. El convento recibe el nombre del santo, y a él van a residir monjes de la Orden de los Dominicos. De allí que se empezara a llamar Santo Domingo, nombre que aún hoy se utiliza, aunque su nombre oficial es Convento de San Vicente Ferrer.

Y ahora luce allí el Parador, enorme y hermoso, con sus túneles y sus fantasmas. Y al lado, la iglesia que sirve para acoger los pasos de la Semana Santa placentina. Una iglesia en cuya fachada, hacia los lados del altar, se pueden ver dos pequeñas puertas, las que utilizaba Leonor de Pimentel para pasar de su palacio a la iglesia que ella misma había mandado a construir.






viernes, 16 de agosto de 2013

La aurora boreal sobre Plasencia



 Si no puedes ver este video desde el blog, pues hacerlo desde


El 25 de enero de 1938 ocurrió un fenómeno en España digno de reseñar. Los habitantes de este país vieron asombrados como su cielo tomaba unas tonalidades intensas, muy diferentes a las habituales. Era la aurora boreal, que pudo apreciarse durante unas horas por estas latitudes. El lugar donde se vio con mayor intensidad parece ser que fue la costa este de España, así lo reseñan algunas notas de prensa del momento. Sin embargo, el fulgor raro de este fenómeno se extendió por todo el país y hasta en Plasencia pudo verse. Gracias a Mary tenemos el testimonio de alguien que vivió ese momento y que puede ponernos en situación por sus estupendas dotes de narradora.


Más abajo un recorte del diario ABC en su edición del 26 de enero de 1938.


viernes, 26 de julio de 2013

Martes Mayor en Plasencia 2013




La primera fiesta popular que disfruté cuando llegué a Plasencia fue el Martes Mayor, así que guardo para esta un cariño especial. El Martes Mayor comenzó a celebrarse desde hace unos 45 años, sin embargo el origen de su celebración se remonta a la fundación de esta ciudad medieval del norte de Extremadura, allá por el siglo XII, pues desde un principio fue evidente la importancia de las transacciones comerciales en este punto estratégico de nuestra geografía.

Como muchos saben, en Plasencia, cada martes del año hay mercado en la Plaza Mayor, hasta allí llegan los pequeños comerciantes para ofrecer sus productos: verduras, frutas, hortalizas, quesos, embutidos, panes y mieles. Cada uno de los vecinos de esta ciudad tenemos ya escogido el puesto donde compramos verduras de un sitio o frutas de algún otro, cada uno según el gusto, el presupuesto y la atención de los comerciantes. Los placentinos dicen “hoy hay martes” como referencia al mercado que se celebra en su gran plaza. Todavía en una de las entradas a las calles que llegan a la plaza podemos ver reuniones de personas haciendo transacciones comerciales de ganado, una de las actividades que dio origen a este exitoso encuentro semanal. Otros, como yo, vamos más por el carácter sublime que tiene este tipo de actividades “de toda la vida”.

Como el mercado semanal es tan importante para esta ciudad, se creó la celebración una vez al año del Martes Mayor como homenaje o enaltecimiento del encuentro semanal. Y con el paso del tiempo, el Martes Mayor ha sido reconocido como fiesta de Interés Turístico Regional y aspira a mucho más, por supuesto. ¿Qué se hace en el Martes Mayor? Se engalana la ciudad y las callejuelas de la ciudad vieja se llenan de puestos donde se venden artesanías, dulces, cestería, cerámica, y cientos de productos más. Se celebra siempre el primer martes de agosto, así que generalmente es una fiesta calurosa y bulliciosa. La ciudad recibe miles de visitantes y los placentinos salimos todos a la calle, a disfrutar cada minuto.

La víspera del Martes Mayor, la noche se vuelve muy larga, porque la gente aprovecha las horas nocturnas para ver y comprar en cada uno de los puestos y para celebrar, por supuesto, en los bares cercanos la ocasión y el reencuentro. El martes, en la mañana se compra todo lo que no se ha podido la noche anterior y las calles están llenas de niños jugando y corriendo entre los puestos del mercado. Entre cuencos y figuras siempre vemos al vendedor de los silbatos de cantos de pájaro, prueba inequívoca de que estamos en un mercado.

Es momento también para la música, los tamborileros recorren las calles al ritmo de sus tambores y sus flautas, y con el tiempo comenzamos a reconocer las letras de sus melodías, así que nos descubrimos de pronto repitiendo en nuestras cabezas letras como “redoble, redoble, vuelvo a redoblar, con ese redoble me vas a matar…”. También, por supuesto, podemos ver charangas, cantantes improvisados, otros más organizados y algunos espontáneos. Eso es lo que tiene el Martes Mayor de Plasencia, el encanto de pasear entre las calles antiguas con el sabor del reencuentro y la alegría del verano.

Este año, 2013, el Martes Mayor se celebrará el día 6 de agosto, sin embargo las celebraciones en la ciudad comienzan desde el día 1 y esperamos que dejen sabor de fiesta para el resto de la temporada.